El nervio óptico
Un libro de María Gainza
Mi compañera me insistió varios meses para que leyera “El Nervio óptico”, de María Gainza. Yo estaba terminando de escribir el manuscrito de una novela – “terminar” un manuscrito suele durar meses… – no podía. Y finalmente empecé.
Once capítulos, once historias, de hombres, mujeres, pintores y pinturas que forman una visión de la vida y del arte íntimamente enlazados. El arte, ese lugar que nace entre lo “lindo” y lo que te “cautiva” (p. 8). La vida, ese lugar donde “las cosas dan vueltas antes de irse, dejan su rastro de caracol […] y después se hunden en la memoria” (p. 11). Como contarla ? “Uno escribe algo para contar otra cosa” (p. 13), “para tocar el corazón de la realidad, había que deformarla (p. 15).
“Definitivamente estoy mal equipada para afrontar la realidad” (p. 21) declara Gainza, y parece que no solo habla de ella. Una amiga fallece trágicamente de un disparo perdido – episodio que acompaña la descripción de una pintura de un ciervo atacado por perros de casa, de Alfred de Dreux. Un guardia de museo ve fantasmas en un cuadro de Cándido López – su jefe lo cambia de puesto.
Los personajes son raros y suelen ser sabios, como Charly que “conoce lugares de la mente de mi marido a los que yo nunca me he asomado” y declara : “nadie nunca esta preparado para nada, esa es la gracia, no ?”. Sabios, y filósofos oscuros. Fabiolo, su amigo, afirma : “El comienzo y el final de cualquier asunto es lo único que importa. Nada pasa en el medio. El medio no es más que el residuo de los extremos” (p. 84).
Como interpretar al arte ? Tal vez su mamá entrega una clave : “la intuición vale más que la vista” (p. 32). Y la hija confirma : “Terminar de entender las cosas vuelve rígida la mente” (p. 35). Desde ahí, uno adivina que ciertos detalles de las biografiás son probablemente inventadas, pero lo importante es que sirven la historia, como la mirada sirve lo mirado.
Con Gainza todo parece producto de la casualidad, pero el conjunto forma algo muy coherente, la vida, el arte. La “vidarte”. Cuando, jovencita, acompaña su novio y sus amigos a hacer surf a Mar de Plata, surge Courbet pintando el mar (p. 46). La intensidad de una pintura como la intensidad de la juventud : “Después de ver un Courbet, uno tiene ganas de salir corriendo, armar un motín, tener sexo o comer una manzana. Sus cuadros producen fiebre pictórica (p. 46, citación de Peter Schjeldahl).
De ves en cuando aparecen unos clichés, como “cuanto más se alejaba de si mismo, menos interesantes eran sus pinturas” (p. 43) – porque uno es lo que uno hace – pero casi todas la imágenes de Gainza son impresionante de fuerza y originalidad. Florilegio : “con las astillas de sus muebles algún día construirás tu casa” (p. 34) – “los dioses eran para mi estatuas de mármol con brazos rotos” (p. 100) – la amiga japonesa que se compara a una “naturaleza muerta”.
Es posible que María Gainza haya sido, en una vida anterior, una gata o un gato. El gato de Foujita por ejemplo, que pintaba con “un blanco nunca visto, un color nuevo que es una mezcla secreta de talco, blanco plomo y calcio cuya receta solo conoce su gato, único testigo de la preparación” (p. 41). Un animal que entiende perfectamente el temor de Rothko : “hay una sola cosa de la que me tengo que cuidar : de que un día el negro se trague al rojo” (p. 63). Un gato que haya presenciado las escenas de ternura entre el padre de Toulouse-Lautrec, Alphonse, y su hijo : cada día “pasa más horas junto a la cama del enfermo, ahuyentado distraídamente las moscas que sobrevuelan la habitación con una honda hecha con los cordones de sus zapatos” (p. 60). Yo siempre pensé que los cordones de los zapatos tienen algo de metafísico, algo más allá de su función. Que pueden transformarse en amor, conocimiento, muerte o elegancia.
La vida y las pinturas parecen formar una sola y única materia (p. 59), y por eso advierte : “mal administrada, la historia del arte puede ser letal como la estricnina” (p. 85). Gainza sabe como contarla, pero también como repartir alegría, optimismo. Le ayuda la lección del padre de Toulouse-Lautrec : “Piensa, hijo mio, que solamente la vida al aire libre puede ser saludable. Todo lo privado de libertad deforma y muere”. (p. 57). Y finalmente, a pesar de los dramas y de la tristeza : “Ahora que he visto lo que fui, quiero ver lo que seré” (p. 94), dice Gainza. Pintura y vida, en obra maestra.
He dicho que la amo más que todo, mi compañera ? Si pudiera, lo pintaría.
El nervio óptico
María Gainza
Mansalva, 154 p.
2014